sábado, 23 de febrero de 2013

Un mundo sin luz.- /
Pensarán Vds. que…; y tienen toda la razón. Existe, sí, una poderosa luz visible… Es la que recibimos de nuestro astro-rey, de nuestro Sol, de esa estrella que, a pesar de la inmensa distancia a la que se encuentra -150 millones de kilómetros-, hace que, en tan solo unos minutos, lleguen hasta nosotros su luz y su calor, esos ‘condicionantes’ que hacen posible la vida –al menos, la vida que nosotros conocemos- en nuestro planeta Tierra.


Los mayas, egipcios, incas, aztecas, etc., fueron adoradores del Sol, tomando a este como  símbolo del Cristo cósmico, de esa fuerza que hace que vivan las estrellas, los mundos, el átomo. Y en épocas más recientes, este generoso, inagotable y auténtico ‘manantial de vida’, podemos -casi- manejarlo, porque: somos capaces de ‘atrapar’ esa luz y de, mediante las placas foto-voltaicas, convertirla en energía eléctrica, y
esta almacenarla en gigantescas baterías; y somos capaces de ‘conducirla’ y, a través de un prisma, descomponerla, observarla y estudiarla (en lo que se denomina ‘espectro de Fraunhöffer’). Pero esta luz, que sí podemos aprovechar y que nos va adentrando en los infinitos misterios que aún desconocemos, no es la ‘luz’ a la que me refiero.



En épocas muy remotas, nuestros antepasados veían transcurrir las noches en absoluta oscuridad; nada había que los alumbrara, salvo la luna llena. Y aunque, debido a los incendios provocados por volcanes en erupción o por la acción de los rayos sobre los bosques, sí conocían el fuego y la luz que este fuego proporciona, fue siglos después -según los antropólogos, hace aproximadamente unos 400.000 años-, cuando posiblemente ya el ‘homo erectus’ descubrió -como se demuestra en los yacimientos arqueológicos de p.e. Vértesszöllös en Hungría y Bilzingsleben en Alemania-, quizás por casualidad, que frotando con insistencia dos ramas secas de árbol, se podía obtener el fuego y, con él, la luz y el calor. A partir de ese hallazgo, ya no dependían

de volcanes ni de incendios ocasionales, ya que ellos mismos podían obtener el fuego. Y ya en 1879, Thomas Alva Edison, utilizando filamentos de bambú carbonizado, consiguió fabricar una bombilla que, por primera vez,
aguantaba mucho tiempo encendida sin quemar ese filamento. Había inventado, con la bombilla, la luz eléctrica ¡Dos grandes pasos en la historia de la Humanidad!




Estas luces –la del Sol, la del fuego, la eléctrica- son, ¡qué duda cabe!, importantísimas, esenciales para la vida humana; pero…


Hay otra ‘luz’, mas sutil, de distinta naturaleza y extraordinariamente beneficiosa, que podemos ‘poner en marcha’ y controlar. Y esto hemos de conseguirlo, mediante una poderosa y tenaz perseverancia; mediante una férrea voluntad; mediante un ferviente deseo sobre todo… Y me refiero a la luz del raciocinio, del conocimiento, de la verdad…, a la luz de la fraternidad y del amor.


Y existe aún otro tipo de ‘luz’, esta infinitamente más límpida, más poderosa, más clara, más pura, más maravillosa…, la luz de Dios. Que esta sí que está siempre a nuestra disposición; y que nunca se apaga, que es gratuita, y que no tiene ocaso, que no tiene fin. Y así como la luz del sol, es indispensable para la vida de la materia; así, en la misma medida, la ‘luz’ de Dios, es indispensable para la vida del espíritu.


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Recordemos una frase de la Biblia: ‘El mundo caminaba en tinieblas, y una luz les brillo’…


En nuestros tiempos, los grandes problemas en este con harta frecuencia absurdo y alocado mundo, vienen asociados a que -¡tantas veces!-, comodamente ‘enquistados’ en un egoísta hedonismo o desbordados por un exacerbado relativismo existencial, somos como ciegos ante estas últimas ‘luces’, acusamos en exceso el ‘ruido exterior’ y, como aquellos lejanos antepasados, caminamos también en tinieblas… La fundamental diferencia estriba, en que ahora, esos ‘que no ven’, no es que no puedan, es que no saben o no quieren ver; porque para ellos es mucho más sencillo y más cómodo, relegar o ignorar todo eso del raciocinio, de la solidaridad, del conocimiento, de la verdad, del amor…, e ignorar así mismo a Dios.



Ahora, con excesiva frecuencia, lo que prima es el dinero, el poder, y… esa pequeña y muy efímera gloria que puede darnos este mundo; conseguidos a veces, eso sí, a cualquier precio. Y así es que nos abruma tantísima corrupción por doquier;
y jefes de gobierno o reyes, que se aferran locamente a la poltrona o al trono… Y así también, ya a gran escala, se acomete –en ocasiones- la invasión de un país, exclusivamente por intereses crematísticos. Se argumenta, eso sí, que es para liberar al pueblo de la tiranía del dictador de turno; o que es para frenar y combatir las belicosas y frecuentes incursiones de grupos armados (yihadistas, salafistas, de Al Qaeda, etc.)… Pero en el trasfondo de la cuestión, la idea o el objetivo –a veces inconfesable- es el ocupar la posición estratégica de ese país y/o el hacerse con sus riquezas, llámense éstas yacimientos de petróleo, de uranio, o de gas natural, o minas de diamantes, de oro, de cobre, etc.





El trágico e inevitable corolario de todo ello, es que suele haber miles de muertos; e ingentes, devastadores y cuantiosísimos destrozos en poblaciones y en infraestructuras –carreteras,
vías de ferrocarril, redes de agua y eléctricas, líneas telefónicas, etc.-; dejando además tras de sí, y es esto lo más trágico y lamentable, un dramático rastro de heridos, de huérfanos, de viudas…, y un sobrecogedor escenario de dolor, de destrucción, de desolación y de muerte… Pero, en definitiva, ¿a quién o a qué niveles, importa de verdad todo esto?



El mundo va insensatamente a la deriva, en absoluta disarmonía. Y todo son disputas, problemas, conflictos, enfrentamientos tribales, venganzas, limpiezas étnicas, ejecuciones a mansalva, guerras…Y ciertamente, todo sería muy diferente e incomparablemente mejor, si la ‘luz’ del verdadero amor estuviese firmemente ‘afincado’ entre las personas, entre los habitantes de este irracional planeta. Si cayésemos en la cuenta y fuésemos plenamente conscientes, de que estamos en este mundo solamente de paso –ya saben: ‘una mala noche, en una mala posada’-, y de que poco o nada importa lo de aquí. Si comprendiésemos con meridiana claridad que, lo único que importa de nuestra corta estancia en este planeta llamado Tierra, es hacer el bien a los demás, ir sembrando a lo largo de nuestro caminar, amistad, respeto, cercanía, comprensión, solidaridad … Y en definitiva, además de todo ello, además de intentar comprender y ayudar a nuestros hermanos, poder ir consiguiendo nuestro ‘visado’ para la otra vida: para…, ¡la nueva Vida! Pero, ¡qué poquito pensamos en esta gran verdad!... Y es que, tal vez, aún no somos conscientes, aún no hemos aprendido ni comprendido, no hemos asimilado ni asumido, todas estas cosas tan básicas, tan sencillas y, ¡tan auténticas! Y es que, tal vez, nos creemos muy ‘importantes’; y pensamos, que lo sabemos ya todo, que todo lo dominamos, que somos nosotros los que 'dirigimos' el mundo… Qué conveniente sería, que recordásemos y meditásemos con frecuencia esa sabia frase de Benjamín Israel: ‘Ser conscientes de nuestra propia ignorancia, es ya un gran paso hacia el saber’. O aquella otra, atribuida –parece ser- a Platón: ‘Solo sé que no sé nada’.


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‘Este es mi Hijo muy amado, mi predilecto. Escuchadle’, dice nuestro Padre Dios de Jesús. Pero, ¿acaso somos capaces de escucharlo?...


Sí, el mundo sería otro, infinitamente mejor y más ‘habitable’, si aprendiésemos a ver, a contemplar esa luz divina, esa luz que todo lo inunda y que todo lo puede… Y a escuchar esa palabra de Dios; y a seguir sus mandatos y su ejemplo. Si tuviésemos la certeza, de que solamente nuestro Creador es capaz de traernos, de regalarnos, esa paz de la que mucho hablamos pero por la que apenas trabajamos ni luchamos; esa concordia, esa solidaridad y esa igualdad, que se quedan a veces en solo palabras, porque –da esa impresión al menos- a casi nadie preocupan demasiado y casi nadie las busca con ahínco y con perseverancia; esa felicidad, que ni tan siquiera alcanzamos a vislumbrar cómo podría llegar a ser -¡tan embrutecidos y obcecados como estamos a veces!-, ni la maravilla de su esencia… Esa inefable armonía y ese sin igual equilibrio que solamente se consiguen cuando lo tenemos a Él como Norte, como faro, como guía…, como la única y verdadera ‘luz’ capaz de ‘curar’ nuestras miserias y heridas, y de ‘balsamizar’ los gravísimos problemas de este atormentado mundo en el que vivimos… Y nosotros, tenemos el inmenso privilegio de contar siempre con Él.


Sí, Dios, la única y verdadera ‘luz’; la única verdad absoluta. La que debería alumbrar, orientar y guiar siempre nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestros gestos, nuestras acciones, nuestro camino, nuestras vidas… Él, nuestro más grande anhelo; nuestra única y maravillosa´luz’ y meta.




                                                                        Raffaello





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